lunes, 27 de julio de 2009

POR LAS CALLES

Amanece un nuevo día.
Día triste, muy frío y ha debido de nevar por la noche porque las calles presentan un blanco manto, que hará las delicias de los niños y cabrearán sobradamente a los conductores y viandantes.
Doy un suspiro de satisfacción, hoy es Domingo y no tengo que madrugar.
Así que media vuelta en mi gran cama vacía y me tapo hasta el cuello con el nórdico. Cierro los ojos y aparece él.
Es increible como la mente te transporta a mundos maravillosos, la mayoría de la veces nacidos de una irrealidad a la que nos aferramos con una fuerza descomunal para que la rutina nos abandone aunque sea por unos instantes.
En ese mi mundo irreal de los domingos por las mañanas y de la mayoría de días por las noches y al que entro sólo con cerrar los ojos, esta él.
Él y su alegría, sus ganas de vivir, sus sueños y esperanzas, él y sus besos, sus abrazos y esa forma tan divertida de lamerme la nariz.
Sus ensaladas gigantes con figuritas de tomate o zanahoria en forma de corazón y esa forma que tiene de untarse las tostadas y darme siempre un trozo.
Sus besos entre bocado y bocado, lamiendo de mis labios ese trocito de atún que pasa de su boca a la mía, mientras nuestras lenguas juegan.
Esa mirada cómplice que me desnuda sin tocarme, ojos de deseo que hacen que más de una vez abandonemos la cena durante muchos minutos, mientras nos abrazamos.
En mi mundo está él y por suerte también podemos caminar por las calles.

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