sábado, 9 de enero de 2010

Ana

Me llamó una tarde de otoño, lloraba.... Enseguida noté por el tono de su voz que algo pasaba.
Ana me explicó entre hipidos que había abortado. Fue directa al grano como suele ser ella, sin tapujos.
Mientras digería la noticia, no pude por menos que recordar a la Ana de grandes ojos verdes, de pecas infantiles, de guerra continua con los kilos, mi Ana, mi dulce Ana.
¿Necesitas algo? esa fue mi pregunta, no hubieron ni reproches, ni lágrimas por mi parte.
Si ella había tomado esa dolorosa decisión yo no iba a ponerle la pierna encima, no quería ser su losa, sólo su amiga,
Me explicó por encima todo el proceso antes de acudir a la cita médica, como había sopesado los pros y los contras, sus miedos.
Yo escuchaba atenta deseando no tener nunca que tomar una decisión de ese calibre y intercalando alguna palabra de ánimo.
Sólo podía hacer eso y aunque en el fondo me jodía que no hubiera pedido mi ayuda para acompañarla aunque sólo fuera para darle la mano y besar su frente, me dije a mi misma que Ana era una mujer muy fuerte.
No me extrañaría que hubiera ido sola a esa clínica, Ana era así. Independiente, tratando de no involucrar a nadie en sus problemas.
Se despidió de mi con un te quiero y una cita en nuestra cafetería preferida, de grandes ventanales y de las pocas en que todavía se puede fumar.
Al colgar me prometí a mi misma que no habría preguntas , si ella quería ya me explicaría todo, si no, seguiría siendo una de las personas más importantes de mi vida,contaría con mi apoyo incondicional y mi regazo para sus bajones como siempre.

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